San Martín de los Andes –al sudoeste de la provincia de Neuquén- nació a partir de la necesidad de hacer efectiva la soberanía de nuestro país en la Patagonia, como es usual en tantos pueblos de la región. En esta pequeña urbe todo está al alcance de la mano -como pasa en cualquier gran ciudad- sólo que aquí todavía se siente el alma de pueblo que nunca dejó de ser y que ha logrado pervivir al cada vez más acelerado paso del tiempo.
A orillas del lago Lácar, esta bella y prolija localidad cordillerana está inmersa en un valle perfectamente demarcado en el cual abundan ríos cristalinos, hermosas cascadas y cerros coloridos por los frondosos bosques que los recubren.
Su origen se remonta al de un asentamiento militar instalado en 1898 y si bien nació como una típica aldea de montaña, con el correr del tiempo, San Martín se transformó en una cálida y encantadora villa pero con toda la infraestructura de un centro turístico de primer nivel. Gracias a su inconfundible y planificada arquitectura –que por diversas ordenanzas municipales debe ser de madera y piedra y respetando ciertas medidas y alturas- le da a la localidad su sello característico que, sumado a las numerosas propuestas hoteleras, gastronómicas y de esparcimiento -para todos los niveles y edades- hacen de San Martín una excelente opción para ir de vacaciones en cualquier momento del año.
Apasionante historia
El abanico de actividades que ofrece San Martín de los Andes es extremadamente amplio. Además de recorrer el pueblo y hacer los paseos más cercanos -miradores y senderos-, la villa es el punto de partida de una gran variedad de excursiones terrestres y lacustres. Allí también se puede practicar caza y mayor y pesca con mosca. Y, en invierno, los amantes de la nieve encuentran en Chapelco un excelente centro de esquí donde practicar su deporte preferido. Mire por donde se mire, y vaya cuando vaya, San Martín de los Andes siempre resulta ideal. Y lo mismo ocurre con su riquísima historia, cada vez más apasionante a medida que uno se adentra en ella.
A lo largo de los siglos, todo tipo personajes dejaron su huella en este territorio: aventureros, fugitivos, sacerdotes, contrabandistas, artistas y revolucionarios, entre otros.
Neuquén es la única provincia de la Patagonia que no posee salida al mar, por ende, no llegaron a ella navegantes, sin embargo, a mediados del siglo XVII tuvo lugar una insólita “batalla naval” entre españoles y mapuches. El hecho ocurrió en aguas del lago Huechulafquen -junto a la desembocadura del lago Paimún- cuando ambos lagos eran llamados Epulafquen -que en mapuche significa justamente “dos lagos”-. Por su parte, los españoles llamaban “La Isla” a la lengua de tierra que se ubica enfrente aunque, en realidad, sea una península que finge insularidad. Y al pie de la ladera sur del volcán Lanín, tal fue el escenario de este curioso episodio ocurrido en 1649 y narrado por el jesuita y cronista español Diego de Rosales.
[…] “Salió el Capitán Don Luis Ponce de León con diez y seis soldados Españoles, y mil indios de los de Chicahuala, Catinaguel, Toltén y la Villarrica, y por un camino que ay por ella que parte la cordillera y hace un abra de treinta leguas de largo entre cordillera y cordillera, llegó a Epulabquen y corrió la tierra sin hallar persona ninguna”. Claro, los españoles pretendían capturar mapuche como mano de obra esclava para las minas del Alto Perú. Pero las comunidades del lago al pie del Lanín no sólo tenían sus ardides para enfrentar a los españoles esclavizadores, sino que además estaban apoyadas por un holandés fugado de Valdivia después que los españoles recapturaron el puerto que habían tomado los holandeses, y además por un negro que no se sabe bien cómo llegó pero se había escapado de Pernambuco. Ambos vivían en esas tierras junto a los mapuches, y en cuanto detectaron el avance de los hombres de Ponce de León, cruzaron el lago y se refugiaron en “La Isla”. Fue entonces, cuando, según la narración de Rosales, “Ponce de León buscó canoas y no las halló, con que resolvió el hazer valsas de madera y así echó toda la gente a buscar madera seca y a cortar la necesaria por aquellos montes […]. Cuando tubo hechas cien valsas de madera echó en cada una a seis y a ocho indios conforme podían sustentar escogiendo los más valientes y animosos...y yendo en delante con su valsa de bandera de capitana echa de una sábana fueron navegando con buen orden a La Isla, y quedando en medio de las aguas, sálenles al encuentro las canoas de los enemigos… […]”. La narración de Rosales detalla cada uno de los movimientos de las embarcaciones situándose en el lugar que hoy se denomina, precisamente, Puerto Canoas. Luego, el jesuita culmina su relato diciendo: “[…] El valor venció todas las dificultades. Y en esta batalla nabal salieron los nuestros vencedores, porque la arcabucería hacía en ellos grande risa...y entre toda la chusma se cogieron más de trescientas piezas, con lo que quedó vencida y desierta la Isla encantada”.*
* Diego de Rosales, Capítulo XXIII, Libro noveno de “Historia General del Reyno de Chile”
Paso de letras
En la actualidad, en ese mismo estrecho, se halla un destacamento del Parque Nacional Lanín -una de las primeras cabañas que tuvo el parque- y desde la cual se aprecia una excelente vista, como diría el naturalista y explorador de la Patagonia Clemente Onelli, “[…] del volcán, hoy profundamente dormido bajo una espesa mortaja de nieve […]” y del área de la batalla naval de hace más de tres siglos y medio. Pero aún más interesante es el hecho que, precisamente en esa misma casa, Ernesto Sábato y su mujer pasaron una temporada junto al guardaparque mientras el gran escritor concluía una de las mejores novelas argentinas del siglo XX: "Sobre héroes y tumbas" –publicada en 1961-. El refugio –de piedra y madera– fue construido en 1938 siguiendo el estilo típico y característico de la obra del prestigioso arquitecto Ezequiel Bustillo –que en octubre de 1934 logró la promulgación de la ley 12.103 creando la Dirección de parques Nacionales. Pero Sábato no fue el único gran literato en pisar la hermosa tierra mapuche. Tiempo antes, el gran poeta chileno Pablo Neruda había dejado una huella imborrable, mientras se abría paso entre las araucarias milenarias.
Corría el mes de febrero del año 1949, Neruda –en esa época senador de Chile- se vio obligado a partir hacia el exilio -por diferencias con el gobierno de González Videla- y huyó hacia Argentina cruzando a caballo la Cordillera de los Andes para luego partir hacia Francia. Este episodio signó profundamente la vida del poeta quien luego plasmaría magistralmente en su poesía esta marca imborrable de su pasado. Neruda había atravesado la selva valdiviana y cruzado por el Paso Lipela -o de los Contrabandistas- y llegó a San Martín de los Andes con los documentos falsos de su amigo y escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias. Tan intensa resultó la experiencia que, en 1971, en su discurso al recibir el Premio Nobel de Literatura, Neruda recordaría con exhaustivo detalle la travesía del cruce de Los Andes efectuada 22 años antes. “[…] Mi discurso será una larga travesía, un viaje mío por regiones, lejanas y antípodas, no por eso menos semejantes al paisaje y a las soledades del norte. Hablo del extremo sur de mi país. […] Por allí, por aquellas extensiones de mi patria adonde me condujeron acontecimientos ya olvidados en sí mismos, hay que atravesar, tuve que atravesar Los Andes buscando la frontera de mi país con Argentina. Grandes bosques cubren como un túnel las regiones inaccesibles y como nuestro camino era oculto y vedado, aceptábamos tan sólo los signos más débiles de la orientación. No había huellas, no existían senderos […]. Todo era a la vez una naturaleza deslumbradora y secreta y a la vez una creciente amenaza de frío, nieve, persecución. Todo se mezclaba: la soledad, el peligro, el silencio y la urgencia de mi misión. A veces seguíamos una huella delgadísima, dejada quizás por contrabandistas o delincuentes comunes fugitivos, e ignorábamos si muchos de ellos habían perecido, sorprendidos de repente por las glaciales manos del invierno, por las tormentas tremendas de nieve que, cuando en los Andes se descargan, envuelven al viajero, lo hunden bajo siete pisos de blancura. […] Señoras y Señores: […] En aquella larga jornada encontré las dosis necesarias a la formación del poema. Allí me fueron dadas las aportaciones de la tierra y del alma. […] No sé si aquello lo viví o lo escribí, no sé si fueron verdad o poesía, transición o eternidad los versos que experimenté en aquel momento, las experiencias que canté más tarde. De todo ello, amigos, surge una enseñanza que el poeta debe aprender de los demás hombres. No hay
Y si hubo alguien que justamente creía en ese destino común ese fue Ernesto Che Guevara quien, quizás por azar, quizás por destino, también dejó su huella en este confín de la Patagonia. De hecho, Neruda era el poeta preferido del Che quien en 1952 se había embarcado en la aventura de recorrer Sudamérica en una vieja motocicleta Triumph –cariñosamente llamada “La Poderosa”- con su amigo el doctor Alberto Granados. Ambos amigos habían llegado a la zona de San Martín buscando el paso Hua Hum para cruzar a Chile, en el sentido inverso al de Neruda. El periplo también marcó para siempre la vida del revolucionario porque justamente en ese viaje el joven estudiante de medicina se topó con toda la desigualdad, la pobreza, la marginación, el dolor y la enfermedad imperante en el sur del continente americano.
Por los Siete Lagos
Una de las vías más tradicionales y bonitas para acceder a San Martín de los Andes es por el Camino de los Siete Lagos, tramo sur de la RN n°234 que llega a Villa la Angostura. A la vera del serpenteante camino (gran parte del cual está en vías de ser asfaltado) un desfile de increíbles espejos de agua se suceden unos a otros casi sin dar respiro al viajero. Tal y tanta es la belleza y la cercanía que hay entre los lagos que parece imposible poder guardar en la retina tanta beldad junta. Los lagos son: el Machónico, el Escondido, el Correntoso, el Espejo (es, literalmente, un espejo que refleja el mágico entorno circundante), el Lácar, el Falkner y el Villarino. La ruta atraviesa los parques nacionales Nahuel Huapi y Lanín. Éste último se fundó en 1937 y a partir de ese momento hubo un antes y un después en la vida del pequeño poblado debido al crecimiento del turismo y a la creación de las primeras pistas de ski en el Cerro Chapelco de 1940 msnm.(ver recuadro). Poco a poco se fueron abriendo caminos que permitieron recorrer nuevos y atractivos lugares para los visitantes. Algunos cerca de la ciudad como el Mirador Bandurrias, desde donde se tiene una impactante vista de la breve costanera arbolada a lo largo de la playa con su simple muelle, la calle principal, las dos plazas y las ochenta manzanas que forman el centro de San Martín, cuya población y visitantes cabían cómodos allí hasta los ’70. Treinta años después, desde ese mismo mirador, como al llegar desde el aeropuerto y desde Junín de los Andes, se aprecia que la ciudad se ha expandido con nuevos barrios hasta diez kilómetros valle arriba. Otros lugares dignos de ser conocidos –aunque un poco más alejados, por el camino al paso internacional Hua-Hum- son los lagos Lolog -en donde se puede practicar pesca con mosca durante todo el año-, Curruhué Chico, Curruhué Grande y Paimún.
San Martín de los Andes, fundada con una población mayoritariamente inmigrante, fue creciendo –y mucho- pero de manera tal que tanto el paisaje natural como el urbano quedaran armónicamente integrados ya que ese ha sido el compromiso de sus habitantes: que la ciudad crezca pero conservando su estilo arquitectónico, valorando su patrimonio cultural y, sobre todo, respetando el entorno natural que la rodea. Desde hace varios años San Martín de los Andes se ha transformado en una ciudad de rápido crecimiento demográfico que ha alcanzado una población de más de 25.000 personas. Esto se debe a que es el destino elegido para vivir por muchas familias procedentes principalmente de las ciudades de Córdoba y Buenos Aires. Y no son las primeras en pensar idea semejante, muchos años antes el Che escribió: “[…]hay momentos en que pienso con profundo anhelo en las maravillosas comarcas de nuestro sur. Quizás algún día cansado de rodar por el mundo vuelva a instalarme en esta tierra argentina y entonces, si no como morada definitiva, al menos como lugar de tránsito hacia otra concepción del mundo, visitaré nuevamente y habitaré la zona de los lagos cordilleranos […]”*
* Ernesto “Che” Guevara, Notas de viaje.
EL LANIN
Esa mañana fue un día de emociones:
al subir la alta planicie, entre los cirros cargados del oeste,
que cubrían en su mayor parte el escenario lejano,
apareció un momento nítida, inmaculada, la redonda calota, cubierta de nieve
del gigante de esta región, el volcán Lanín.
Clemente Onelli
Cuenta una leyenda que como todas las alturas de los Andes centrales, el volcán (que por entonces aún carecía de nombre) estaba habitado, desde tiempos inmemoriales por un poderoso Pilláñ, el espíritu de un valiente lonko (cacique) de nombre Lanín, muerto en batalla contra los invasores del Arauco, cuya alma se había transformado en una agresivo, aunque justo, espíritu defensor de la naturaleza. Un día llegó a sus vertientes una partida de guerreros de una tribu que venían desde muy lejos en procura de huemules para tener carne para alimentar a su gente y pieles para abrigarse. Al ser forasteros en la región, y sin sospechar el peligro que significaba ascender las laderas del volcán, llegaron muy alto, en busca de los evasivos animales, pero entonces el Pilláñ, furioso por la invasión a sus territorios desencadenó una gigantesca erupción, como nunca se
había visto en la región, haciendo honor al
nombre de Lanín, el cacique encarnado en Pilláñ.
Los hombres de la tribu consultaron a la machi -sacerdotisa y curandera mapuche- y su decisión terminante y dramática como lo era la furia del Pilláñ: para calmar su ira era preciso sacrificar una virgen que fuera muy apreciada y entrañablemente querida por toda la tribu. Sólo había una candidata: Huillêfün, la hija menor del cacique, que sería arrojada viva al insondable lago de lava hirviente que bostezaba en la parte inferior del cráter del volcán. El sacrificio de la joven logró apaciguar para siempre las iras del Pilláñ que, desde entonces, reina sobre un paisaje calmo, sumergido y dominado por la blancura del manto de Huillêfün y que, a partir de ese momento, recibió el adecuado nombre de Lanín que significa hundimiento o grieta.*
El Lanín es un estratovolcán -un tipo de volcán cónico y de gran altura, compuesto por múltiples capas de lava endurecida y cenizas volcánicas- que mide 3.776 metros y que no registra actividad desde el siglo XVIII. El primero en alcanzar su blanca cumbre fue el alemán Rudolph Hauthal a fines del siglo XIX. Su ascenso es relativamente sencillo si se va por la cara Norte, en cambio la cara Sur es para expertos ya que presenta grandes y extensos glaciares. El gran macizo, visible de todos lados, se encuentra en el límite entre Argentina y Chile, y casi tres cuartas partes de la montaña pertenecen al territorio argentino, más precisamente, al Parque Nacional Lanín -entre los lagos Paimún y Huechulafquen al sur y Tromen al norte-. El motivo de creación de la reserva –de 412.000 hectáreas de extensión- fue proteger un sector de los bosques norandino-patagónicos que alberga especies representativas de la región como el pehuén, el raulí y el roble pellín.
* Cuentos, mitos y leyendas Patagónicas, Selección y prólogo de Nahuel Montes, Ed. Continente.
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