Un Fósil Vivo


La Araucaria es un árbol perenne, emblemático y milenario por excelencia (data de la Era Mesozoica).

Existen 19 especies en el género, con una distribución repartida únicamente en el hemisferio austral –aunque fósiles encontrados demuestran que también estuvo presente en el hemisferio norte hasta el fin del período cretáceo-.


En América se encuentran en la Patagonia

argentina y chilena

–tanto en la estepa como en el bosque-

y en la selva tropical de Argentina

y el Brasil meridional.



La Araucaria Araucana –también llamada Pehuén-

se encuentra en la provincia de Neuquén

y los ejemplares suelen ser grandes árboles

que alcanzan una altura de entre 30 y 80 metros.

Su tronco es recto, cilíndrico, a veces muy grueso y la ramificación comienza a varios metros del suelo.

En los ejemplares más antiguos se disponen grupos de cinco ramas que se extienden perpendiculares al tronco

y que, además de ser flexibles,

poseen hojas agrupadas hacia los extremos.

Éstas son realmente llamativas ya que se caracterizan por ser extremadamente duras y por estar provistas de una suerte de espina, de color verde oscuro, en la punta.




Su madera blanca amarillenta se caracteriza

por ser compacta, liviana y fácil de trabajar.

Es muy cotizada para labores de construcción y carpintería y,antiguamente, los troncos se empleaban para fabricar mástiles de embarcaciones.

Sin embargo, en la actualidad, esta especie está protegida en grandes zonas de parques nacionales en Argentina mientras que en Chile directamente está prohibido talarla

ya que fue declarada Monumento Natural.

Cada araucaria contiene entre 80 y 200 semillas
que se asemejan a las del pino sólo que son más grandes.

Para los habitantes originarios de Chile central y del sudoeste de Argentina
la Araucaria no sólo es un árbol sagrado sino que sus semillas
–también llamadas pehuenes o piñones-
fueron incorporadas como alimento
y por esa razón los nativos se llaman a sí mismos
Pehuenches o “gente del Pehuén”
.


Los piñones tienen un alto valor nutricional y constituyen la base de su dieta.
Sin embargo, al principio las tribus no las comían
porque consideraban sagrado el árbol y sus piñones les resultaban duros,
además de creer que eran venenosos.

De ese modo, los piñones permanecían largo tiempo
desperdigados por el bosque hasta que se transformaban
en nuevos árboles o se pudrían por efectos del calor y la humedad.

Según cuenta una leyenda, hace mucho tiempo hubo un invierno muy crudo en el que una tribu, sin alimentos ni reservas, era diezmada por el hambre y el frío. La situación era tan crítica que el cacique decidió enviar por distintos caminos a sus mejores guerreros en busca de alimentos. Los días fueron pasando y los guerreros volvían con las manos vacías, sin embargo, faltaba uno de ellos y aquel en quien el cacique había depositado sus máximas esperanzas. Pasó el tiempo, el cacique empezó a preocuparse pero un buen día divisaron a lo lejos al valiente guerrero. Éste caminaba dificultosamente por la ladera nevada, con una gran bolsa en su espalda. Al llegar el joven dejó caer el contenido del bulto a los pies del jefe de la tribu y cientos de piñones cayeron al suelo. La machi preguntó intrigada porqué traía los frutos del árbol sagrado sabiendo que éstos no eran comestibles, a lo que el joven contestó que, justamente, eran esos frutos los que salvarían a toda la comunidad. Y relató lo ocurrido durante su travesía.
“Luego de andar durante días sin encontrar nada para aliviar sus necesidades, regresaba desalentado cuando, de repente, apareció un desconocido y se puso a caminar junto a mí. Le conté nuestra desgracia y el hombre dijo: con tantos piñones de pehuén en el piso no deberían pasar hambre. ¿Por qué desprecian algo tan extraordinario? Ve y habla con tu tribu y diles que el pehuén es un alimento maravilloso. Sólo tienen que hervirlos para ablandarlos, luego tostarlos y tendrán un delicioso manjar. Cada piñón es suficiente para alimentar a un hombre durante varios días. Pueden conservarlos durante el invierno, cuando la caza escasea, enterrándolos en pozos y así contarán con suficiente provisiones. Luego de estas palabras el misterioso desconocido desapareció y yo me puse a juntar los piñones para traérselos”.

Inmediatamente después de escuchar al joven el consejo de ancianos se reunió a debatir lo ocurrido y la conclusión fue que el enigmático anciano que el joven había visto era nada menos que el mismísimo Uenechén –Dios de los mapuches-. Si él había dicho que podían alimentarse de los piñones así se haría e inmediatamente ordenaron a las mujeres hervir y tostar los piñones traídos por el guerrero. Desde entonces nunca más hubo hambre ni escasez de alimento porque los pehuenches aprendieron varias formas de preparar los frutos. Así el árbol sagrado se convirtió en la principal fuente de alimento de los nativos quienes, cada día a la salida del sol, con un piñón en la mano, rezan: "A Tí, …. Uenechén, te pedimos que nunca dejes morir al pehuén, cuyas ramas se tienden como brazos abiertos para protegernos”.


Receta:
http://www.guiaepicureo.com.ar/recetas/conejo_con_pinones.html

Más información:
http://www.conaf.cl/?page=home/contents&seccion_id=007&unidad=0&articulo_unidad=0&articulo_id=785&maestra=1

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